De repente se me mudó la voz en grito. Sin tu amor, la condena, la pena. De soledad por tu ausencia, llena. En tu silencio sordo mi locura. Sin tu puerto de caderas perdida.
De repente se me partió el alma por frágil. Se me desnudó la piel sin tu abrigo. Se presentó el estío a destiempo. Náufraga del color quedé nocturna.
De repente se desalojó la vida por derribo. Se silenció tu voz diáfano lamento.
Embriagada y muerta en vida.
De repente Doña Nadie de Cobarde, sin ti, mi vida Sin ti.
Sin ti, mi poesía dará vueltas, en la esquina del papel, será volutas, espirales de humo gris.
Sin ti, el verso se me hará perezoso como párpados nocturnos de niño. Mientras escucha mi canto de tinta china, le besaré las rimas, y meceré sus estrofas con caireles y soníos del romancero gitano; por dormirlo…tan sólo por dormirlo y que no me duela tanto que no me miren sus ojos. Con una nana, a solas con Federico se dormirá mi verbo.
Sin ti mi poesía monócroma, naufragó del color y quedó atrapada en un grito que me ahoga el alma.
Sin ti, tan sólo soy, aquí y ahora: tutú de estrellas... zapatillas de luna bailando de puntillas ante el viejo reloj de pared... quebrando mis deshoras.
Sin ti, corazón, abandono mi piel de mujer y regreso al acuoso elemento de mis lágrimas.
Con el alma en pie sin versos y sin vida, sin color ni melodía… SIN TI.